Por José Abreu Cardet, Premio Nacional de Historia
Elda Cento Gómez falleció el 28 de octubre de 2019. Este texto publicado antes de su muerte y que hoy reproducimos es un modesto homenaje a una de nuestras grandes historiadoras.
Es costumbre al iniciar un texto de análisis de la obra de un colega comenzar con una fecha, la edad, en este caso eludimos tal cifra pues nos referimos a una mujer, no por que oculta los años que carga a sus espaldas, sino porque estamos ante una renovación constante; más que de lo físico de las ideas característicos de los jóvenes o quizás mejor de esos, digamos, fenómenos humanos que con una renovación constante de sus criterios y análisis parece alejarlos del transcurrir del tiempo.
Elda Cento Gómez goza de una altura intelectual conformada por el cumulo de ideas que ha ofrecido a la historiografía cubana. Nos vamos ante una aristas de sus estudios; las mujeres en la guerra. Quisiera o no la colega tenía que chocar con esa mitad de la humanidad, las mujeres, pues la mayoría de sus textos se refieren a las guerras de independencia. En ellas el papel femenino fue decisivo.
Sus analices tienen un marco regional, la mayoría se centran en su Camagüey natal. En este caso hay un singular hilo conductor entre la región estudiada por ella y Holguín el territorio que más ha llamado nuestra atención en las valoraciones que hemos realizado sobre las guerras de independencia. Aunque hay muchas diferencias también existen no pocas similitudes como la ausencia de una poderosa industria azucarera con una masa considerable de esclavo, el número relativamente reducido de emigrantes españoles, en el caso de Holguín concentrados en Gibara, pero de todas formas cifra modesta para otras regiones de Cuba.
Todo esto ha ido creado aspectos comunes y uno de ellos es la participación de la familia y la mujer como parte fundamental de esta en la guerra. A todo lo largo de la obra de Elda se destaca el papel de la mujer en capítulos de libros, en artículos publicados en revistas y periódicos, en exhaustivas compilaciones y en general insertada en sus libros las mambisas aparece con frecuencia. Aunque no podemos considerar que fue la primera que se acercó a este tema pero si hay un hecho interesante y es la conformación de un aparato crítico y en gran medida teórico tomando referencia de diferentes estudiosos de otras latitudes
En este breve artículo nos acercaremos a unos de sus textos más sugerentes tanto por el título como por la información y análisis que nos ofrece. “Nadie puede ser indiferente. Miradas a las guerras (1868-1898), Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2014. Andando tras los criterios elaborados con otras miradas la colega nos ofrece una larga y esclarecedora cita que la inicia con una pregunta que parece hacerle al pasado: “¿Por qué las mujeres se fueron a la guerra, llevando consigo hijos y otros familiares no aptos para el servicio de las armas?”
Elda le entrega la palabra a las intelectual Bárbara Potthast:
“En la historiografía tradicional no hay más que un motivo: patriotismo incondicional. Se pinta un cuadro de la familia ideal en la que todos pelean por igual, sin escatimar pena o sacrificio por la patria. Las mujeres en este caso, dan “todo por la patria”, sus alhajas, su trabajo y hasta lo más querido que tienen: sus esposos e hijos. […] Cabe preguntarse, si esta interpretación de los motivos vale para todas las mujeres, dada la educación y el papel en la sociedad decimonónica. En algunos casos, ciertamente existían razones políticas; en la mayoría, sin embargo, la necesidad de huir ante el enemigo y, sobretodo, los estrechos lazos familiares parecen haber sido más decisivos. Es decir su papel dentro de la familia las obligaba a permanecer junto a sus hijos, esposos o padres en los campamentos. Su tarea era cuidar a la familia, que al fin y al cabo es la unidad básica de la sociedad […]” (1)
Aunque Elda no se conforma con lo objetivo de tal criterio y de su propia cosecha nos dice:
“Es muy posible la conjunción de ambas razones como resultado de factores que pudieran transitar desde la educación y el rol social, hasta las posibilidades económicas. Las consideraciones que pudieron haber impulsado a las esposas —y con ellas, a la familia— de los hacendados bayameses y camagüeyanos ¿serían iguales a las que animaron a las compañeras de los sitieros del Valle del Cauto? ¿El debate sobre la conformación de la nacionalidad, no debería tener también un componente de género? ¿Cuáles serían las respuestas si giramos los ojos hacia el “rincón oscuro y tranquilo del hogar”? (2)
Hace un análisis que no siempre realizan los que se acercan al tema sobre el sentido de pertenecía a una región y el termino familia, asunto muy elásticos en el marco de la isla en la época a que se refieren sus estudios.
“La senda del independentismo se abrió con el sentido de pertenencia a un territorio determinado, sentimiento arraigado en —y por— la familia, “sostén de apertura al mundo social”. (3) Ella es un símbolo del modo de vida cubano, y ya en el siglo XIX era “más que refugio, como había sido para los primeros colonizadores, verdadero taller en que toma parte activa, con sus trabajos y sus pasiones, el cabeza de familia, la esposa-madre —el alma de la casa— los hijos que comienzan a despuntar, los amigos, los socios y parientes”. (4)Téngase en cuenta que en Cuba, al margen de reflexiones teóricas sobre la definición de esa categoría, es común que ese término incluya a más personas que las vinculadas consanguíneamente, de modo tal que esos parientes y amigos son considerados como “de la familia”.
Elda realizo un acercamiento a las mambisas que se vieron obligadas a trasladarse al exterior donde tuvieron que trabajar arduamente para mantener a sus familias. Existen diversos ejemplos como las mujeres de la familia de Calixto Garcia o Julio Grave de Peralta para hacer referencias a dos de nuestra región. Al respecto la colega inserta un análisis interesante y desmitificador:
“La Guerra de los Diez Años cambió la imagen de la mujer cubana, no solo como resultado de su comportamiento heroico en la manigua, sino también porque en el exilio muchas provenientes de familias patricias tuvieron que buscar empleo, en muchos casos como único sustento de la familia. Contrario a lo que puede pensarse en la actualidad dada la apreciable cantidad de escritos que años después glorificaron este actuar; algunas de ellas tuvieron que imponerse a las críticas. Amalia Simoni, según recuerda su hija Herminia “fue la que proveyó para su madre e hijos. Tuvo discípulas, cantó en varias iglesias y cuando las necesidades aumentaron en su casa, dio conciertos que le daban buenas ganancias. Fue madre ejemplar dedicando sus esfuerzos para educar a sus hijos”. (5)
No obstante los elogios que recibía por la calidad de su voz, en el mismo periódico donde se reseñó la celebración patriótica-religiosa que el reverendo Joaquín Palma organizó en la iglesia de Santiago de Nueva York en conmemoración del 10 de octubre de 1868 —en la cual Amalia cantó en el Te Deum dirigido por Emilio Agramonte Piña— la viuda de El Mayor tuvo que hacer publicar una carta en respuesta a un anónimo donde se le reprochaba cantar en público a solo un año de la caída de su esposo. En la referida misiva afirmaba que su esposo “no sólo aprobará mi propósito de ganar mi sustento y el de sus hijos por tan honroso medio, sino que se complacerá mucho viendo a su desgraciada viuda orar en un templo cristiano el 11 de octubre de 74, para que el Dios de justicia y misericordia premie al que murió el 11 de Mayo de 73, y á todos los mártires de la independencia de Cuba y se apiade de todos los enemigos de la libertad de Cuba”. “ (6)
Deseamos por ultimo terminar este breve texto con un criterio de la colega sobre las mujeres que permanecían en el campo insurrecto y su papel. Consideradas por otros autores como un estorbo Elda nos ofrece una visión diferente.
“No es objetivo de este trabajo reflexionar acerca del controversial asunto de la presencia de las familias en el campo insurrecto. Es indudable que su permanencia en las cercanías de los campamentos mambises y las ausencias a filas motivadas por el afán de visitarlas y cuidar personalmente de ellas —aunque ese fuera el objetivo medular de la creación de las prefecturas—, trajo numerosos inconvenientes en el servicio activo de las armas, pero también es cierto que su contribución a las tareas de la logística y la sanidad —sin mencionar el impacto afectivo— fue de mucho valor.”
Nos queremos concluir sin ofrecerles a los que quieran andar en el pasado el universo de conocimiento que obtendrían con la lectura del libro: “Nadie puede ser indiferente. Miradas a las guerras (1868-1898), una obra que nos ofrece singulares análisis sobre las guerras de independencia y en especial la participación de la parte femenina de la población cubana.
NOTAS
1–Bárbara Potthast: “Mujeres, guerra y nacionalismo. Una comparación sobre la función de las heroínas nacionales en Cuba y Paraguay”, en Olga Portuondo y Max Zeuske (coordinadores): Ciudadanos en la nación, Fritz Thyssen Stiftung, Oficina del Conservador de la Ciudad, Santiago de Cuba, 2002, p. 165.
2–Son parte de las conocidas palabras que Ana Betancourt Agramonte pronunció el 14 de abril de 1869 en Guáimaro. V. Nydia Sarabia: Ana Betancourt Agramonte, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1970, p. 59. Atiéndase al simbolismo de los adjetivos.
3–María Eugenia Espronceda: El viaje histórico de la sociedad cubana por los senderos del parentesco, Ediciones Santiago, Santiago de Cuba, 2002, p. 7.
4–José Miguel Rueda y Ana Vera Estrada: “La sociedad y la familia en el Caribe”, Ana Vera Estrada (compiladora y redactora principal): Cuba, cuadernos sobre la familia, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1977, p. 5
5–Citado por: Roberto Méndez Martínez y Ana María Pérez Pino: Amalia Simoni. Una vida oculta, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2009, p.148,
6–La Revolución, Nueva York, 15 de octubre de 1874. Recorte en el archivo personal de Gustavo Sed.