Por Erian Peña Pupo
Fotos del autor
Palma es la libertad: palma más bella
Alma franca y fiel; palma, y estrella.
José Martí, de la dedicatoria en una fotografía a Bernarda (Manana) Figueredo de Pérez
El Centro Provincial de Arte de Holguín inaugura cada diciembre, desde hace algunos años, una amplia exposición de un reconocido creador de la provincia. Así cierra el trabajo de doce meses –con muestras, jornadas teóricas y eventos como la Semana de la Cultura y su Salón de la Ciudad; las Romerías de Mayo y el espacio Babel; y la Fiesta de la Cultura Iberoamericana– y al mismo tiempo, a manera de homenaje, agradece a un artista visual con la posibilidad de exhibir lo que podríamos llamar una muestra antológica de su obra. Este 2022 la Sala Principal y la Pequeña de la institución holguinera acogen Energía vital, de Dayamí Pupo Ávila (1971), una selección que deja al espectador ávido de experiencias artísticas la seguridad de asistir a un descubrimiento, a una epifanía de formas y colores, en sutil diálogo con la literatura y la historia nacional.
¿Por qué creo que Energía vital es, al menos para mí, un grato descubrimiento? Conocía la obra de Dayamí Pupo como ilustradora de textos infantiles –entre ellos los de su pareja Ronel González Sánchez, y de autores como Luis Caissés, Kenia Leyva y Quintín Ochoa– y de antologías, y textos poéticos y ensayísticos, también de Ronel y de investigadores como el historiador José Abreu Cardet. Además una exposición anterior (“El Ranacimiento y otros inventos”, en 2014) y su participación en varias muestras colectivas en la provincia, me habían ofrecido una faceta de su trabajo, la más inmediata, pero no como cuerpo que se abre a la mirada, como bosque de sentidos y resonancias –pensemos en el campo cubano, donde crece inhiesta la palma real, alcanzando el primer y el último rayo de luz–, donde cohabitan varias influencias pero hay una unidad estética, una línea de trabajo consiente y diversa que nos permite recorrer (y adentrarnos en) diferentes momentos, etapas creativas, como lo hace Energía vital.
El primer descubrimiento es precisamente comprobar la multiplicidad de miradas (y desdoblamientos) que atraviesa la obra de Dayamí, y cómo las diferentes facetas o períodos mantienen la esencia de una práctica que crece en sus búsquedas sin agotarse, y seguirá haciéndolo en nuevas series y piezas. Esta práctica se articula (sobre todo en los trabajos para libros infantiles expuestos en la Sala Pequeña, donde el predominio del color es importante) en un dibujo cuidado, dueño de una línea precisa y un imaginativo universo fantasioso que dialoga con las historias que recrea, al mismo tiempo que gana en autonomía y precisión; en el aprovechamiento de las posibilidades del pastel y los manejos de sus tonos, y en la interacción de rasgos expresionistas que, por momentos, se acercan a la abstracción geométrica, pero con la figuración como puntal. Esta coherencia recorre con su energía vital las más de 40 piezas que componen la selección, con curaduría de Bertha Beltrán y dirección de Yuricel Moreno Zaldívar.
Otra novedad parte de lo anterior: comprobar lo interesante y versátil de la propuesta de Dayamí, capaz de dialogar –a través del colorido y la riqueza expresiva de sus ilustraciones para libros como La honorable bruja Granuja del esqueleto embrujecido, El Ranacimiento y Balgamel y el Reino de las Fábulas– con las obras literarias, con la esencia de estos textos, al punto que ambos, surgidos desde la complicidad, son uno solo. Ilustración y libro, libro e ilustración en idéntica danza de los sentidos. De la misma manera que es interesante su trabajo con el grafito para Entre pitos y flautas, o los dibujos más sencillos de La enigmática historia de Doceleguas, donde aprovecha las posibilidades de la acuarela.
Muchas de sus obras, desde hace aproximadamente veinte años, y en crecimiento expresivo, han nacido para poemarios de Ronel González, y textos de Ronel han surgido de sus piezas, en un constante (y agradecible) juego de posibilidades que ahondan en la búsqueda (en ambos creadores) de elementos de la identidad nacional, relacionados con las guerras de independencia del siglo XIX, y el pensamiento martiano. “Aquí se produce una retroalimentación inseparable cuando la imagen plástica proviene del poema, y viceversa, para asegurar que existen muy pocas diferencias entre las metáforas visuales y las contenidas en la analecta literaria que participa en el imaginario puesto a relieve, porque se trata de convocar desde la muda cartulina, el empleo del pastel, la acuarela, y acrílico sobre lienzo, un mundo individual, cómplice de las aspiraciones y motivos de la colectividad que canta y se desdobla en torno a los creadores”, asegura Ronel en las palabras del catálogo. Así la isla (Cuba), la palma real y el Apóstol se corporizan en metáforas visuales en una obra que –a flor de piel o ahondando en las subjetividades– se plantea, desde sus viajes al pasado, a las contiendas bélicas, a la vida en manigua y sus dificultades, al pensamiento de los próceres y la necesaria cercanía con estos hombres-héroes, las urgentes preguntas sobre el país, la Cuba de hoy, fruto de los caminos de la historia.
De estas últimas destaco, en un primer momento: “El pájaro blanco de la noche”, “Paisaje interior”, “Autorretrato”, “Púrpura unitivo” y “Aves de la existencia”, piezas en pastel sobre cartulina: “mandalas hinduistas y budistas reacomodados según los símbolos de nuestra cultura”, representaciones simbólicas y rituales del macrocosmos y el microcosmos, cuyos ecos se multiplican y resuenan en la isla antillana (“el yin –recepción y negatividad– y el yan –la energía activa”, nos recuerda Severo Sarduy, conocedor de las geometrías del mandala; esa energía vital, propiedad inherente al ser vivo). Aquí, en su trabajo más reciente, y en otras obras de Dayamí, la palma (sobre todo la palma-metáfora, la palma-símbolo) juega un rol importante. Las palmas de Dayamí –palmas de-construidas y re-construidas, en espiral y crecimiento, palmas-andamiajes, geométricas y libres, palmas que son miradas desde las alturas, con el ojo de Dios– parecen resistir, como aquella canción de Sindo Garay, al empuje de los vientos del huracán y las aguas (aquellas aguas también en espiral de Martínez Pedro), y dar resguardo a la estrella, otra constante en la escritura martiana, como en su pieza “La estrella que ilumina y mata”: “Y admiré, en el batey, con amor de hijo, la calma elocuente de la noche encendida, y un grupo de palmeras como acostada una en la otra, y las estrellas, que brillaban sobre sus penachos”, escribió en su diario, a su paso por República Dominicana camino a Cuba. Para el Apóstol –el mismo de la obra “El corazón con que vivo”– la palma, dominando el paisaje cubano, es símbolo de libertad y de justicia social (“hemos de poner la justicia tan alto como las palmas”); integra el cuerpo poético de la Patria. Añado a esta relación: “Duermo en mi cama de roca”, “El viejo” y sobre todo, “Espíritu del monte”, “Familia insurrecta”, “Palmas de hierro” (“De qué le sirven las hojas a las palmas si benévolos alisios no las mueven”), “Ciudad sitiada” y “La patria furtiva” (patria femenina y mambisa, patria en cuerpo de bandera que ondea libre), pieza que sirvió de ilustración de cubierta al libro homónimo de Abreu Cardet y Ronel sobre “los entresijos del amor durante las contienda independentistas cubanas del siglo XIX”.
Otras obras –también en pastel y técnica mixta sobre cartulina– destacan en el conjunto: “La gran celebración”, “Energía eólica”, la lúdica y vallejeana “¡Señor: aparta de mí estas intertextualidades!”, “Caza de muñecas” y “Derecho a callar”, así como los trazos, sencillos y elegantes, que recuerdan naturalezas muertas o diseños de vestuarios para la escena, en “Opuestos por el vértice”, “Me estoy mirando”, “La novia” y “Ver la luz”. Lo interesante, además, de Energía vital es que la obra de la holguinera Dayamí Pupo Ávila sigue siendo, después de recorrer ambas salas del Centro de Arte, un descubrimiento que no agota sus posibilidades, sustrato a los diálogos fructíferos que crecen en suelo patrio (Tomado de La Jiribilla).