Maravillas en el helado

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 Por Katherine Pérez

Hoy me he ido al cine a ver Fresa y chocolate, que es quizá la película cubana que más haya visto en mi vida, digamos que unas 10 veces. La primera vez que la vi, tendría diecisiete años. Fue mi padre quien me dijo, ven, para que conozcas a Diego, y yo me quedé alucinada ante aquel hombre que hablaba de una silla para leer a John Donne ¿sillas  solo para leer poesía? y de la Callas y de la porcelana de Sévres y que amaba los vitrales, los guardavecinos, y las calles de esa Habana que sentía, que sufría, que vivía.

Película Fresa y chocolate restaurada. Foto: Adrián Aguilera

Por suerte yo también tuve un Diego en mi vida, alguien que me hizo té de la india y me obsequió libros alucinantes mientras escuchábamos arias y sentíamos el privilegio de no ser otro en la cola, bajo el sol.

La primera vez que vi a Senel Paz, quien escribió el cuento en que se basa el guión de Fresa…fue un año después de ver la película. Yo era entonces estudiante de Técnicas Narrativas en el Centro Onelio Jorge Cardoso y él nos habló de cómo escribía sus libros y de El lobo, el bosque y el hombre nuevo, uno de los cuentos más fascinantes que haya leído.

Todavía recuerdo aquel fragmento en el que se narraba como Diego se había hecho maricón y veo al basquetbolista desnudo bajo la ducha, bañado por los chorros de luz que eran más dignos de los rosetones de Notre Dame que de la claraboya del convento y cómo esa luz sacaba tornasoles de su cuerpo y puedo ver la luz descrita, salir de entre las letras del cuento e iluminarme la cara.

Debo decir que cometí el error de ver primero la película y leer luego el cuento, porque en la lectura ya Diego no fue un Diego imaginado sino siempre en mi mente la imagen de Jorge Perugorría y David, no fue otro que Vladímir Cruz, de hecho cuando leí En el cielo con diamantes, el último libro de Senel Paz que he leído, el protagonista seguía siendo Vladímir Cruz, como si no pudiera despegar  sus físicos de la historia. Y cuando eso sucede en la mente del lector es porque los actores se apropiaron tanto de los personajes que los hicieron ellos y eso, solo lo logran los grandes artistas y los grandes directores.

Pocas adaptaciones al cine, de cuentos y novelas, me han complacido tanto como esta, y por si alguien dice: porque es un cuento realista. Se lo respeto. Pero igual defiendo que tanto la película como el cuento te dejan ese no sé de tristeza y alegría mezclados con esperanza que solo logran las adaptaciones brillantes.

Hace dos años me fui a la Catedral del Helado y leí el final del cuento, un final como para salir corriendo loma abajo y gritar el nombre de alguien a quien se ama mucho, una de esas cosas que uno siente que se debe desde siempre, y me pedí un helado de fresas (habiendo chocolate) que no tenía fresas, pero era una maravilla, se los juro. El mejor helado de mis últimos años.